lunes, 25 de diciembre de 2006

EL ANILLO DE LA INVISIBILIDAD

EL ANILLO DE LA INVISIBILIDAD

Platón en el segundo libro de la República expone EL MITO DEL PASTOR GIGES. (República, L. II, 359c-360d) En este mito se plantea el dilema moral del hombre, que en caso de poseer un anillo de invisibilidad que le brinda todo el poder para actuar en secreto y con total impunidad, va a actuar, desafortunadamente según muestra la experiencia general, en beneficio propio y de forma deshonesta e injusta. Este es el texto en La Republica:

“El mejor medio de darles el poder a que me refiero es concederles el privilegio que en otros tiempos, según dicen, tuvo Giges, antepasado del lidio. Giges era pastor al servicio del rey de Lidia. Un día después de una violenta tempestad y de un temblor de tierra, se agrietó el suelo y se abrió un abismo en el sitio donde Giges hacía pacer sus rebaños. Asombrado, cuentan, Giges descendió al abismo y allí vio, entre otras maravillas, un caballo de cobre, hueco, con multitud de aberturas pequeñas, por una de las cuales introdujo Giges la cabeza y alcanzó a ver en su interior un cadáver de talla superior a la humana, que no llevaba sobre sí más que un anillo de oro en un dedo. Giges tomó el anillo y se fue.

Los pastores solían reunirse todos los meses para enviar un informe al rey sobre el estado de los rebaños. Giges concurrió también a esa asamblea, llevando consigo el anillo, y tomó asiento entre los pastores. Por casualidad volvió hacia adentro, hacia la palma de la mano, el engarce de la sortija y al punto se hizo invisible para los demás pastores, que comenzaron a hablar como si él se hubiese retirado, lo cual lo llenó de asombro. Entonces volvió con suavidad el engarce hacia fuera y de nuevo se hizo visible. El hecho despertó su curiosidad, y a fin de saber si obedecía a una virtud propia del anillo, repitió la experiencia: cuantas veces volvió la sortija hacia adentro se tornó invisible, y siempre que la volvía hacia fuera, tornaba a hacerse visible. Seguro ya de la virtud del anillo, se hizo nombrar miembro de la comisión de pastores que debía rendir cuentas al rey. En cuanto llegó al palacio, sedujo a la reina, y entendiéndose con ella atacó y mató al rey, y se apoderó de su trono”.
(Platón – La República, L. II, 359c-360d)

Las enseñanzas de Sócrates sobre la virtud para la educación de la juventud, eran distintas a las de Esparta, donde se castigaba a los niños, como nos cuentan Jenofonte y Cicerón, no por robar, sino por no haber sabido ocultar el robo. En definitiva, no se robaba por ser honesto sino por temor a ser descubierto. Esta concepción es la que está en la raíz del mito de Giges, y que plantea interesantes preguntas:

¿Llamamos íntegros, justos o buenos a quienes no realizan actos deshonestos?, pero, la prueba real de su bondad sería esta: ¿Si tuvieran la oportunidad de cometer una injusticia sin ser vistos o descubiertos, lo harían?

Digamos que la integridad verdadera es sólo de aquel ser humano, que poniéndose el anillo de Giges, obraría del mejor modo, sin ver, oír, estar, tomar o usar de lo que no debe.

El Padre Moon como un excelente maestro espiritual nos enseñaba en Londres en el año 1978 como responder y ser victorioso sobre el desafío que plantea el Mito de Giges:

"... El hombre verdadero debe ser totalmente victorioso sobre Satanás. Pongamos un ejemplo mundano de lo que sería el hombre verdadero: Si la mujer más hermosa y encantadora viniera a seducirlo y a entregársele, ese hombre no se movería, y no sólo conceptualmente, sino también físicamente. Si esa situación se presentara, y aún cuando los así llamados mejores hombres en el mundo inevitablemente sucumbirían, él jamás caería en ese tipo de tentación. También si hubiese millones de dólares en lingotes de oro apilados aquí, y él se encontrara en una situación de real necesidad, aun así, él no los tocaría, ni se rendiría a esa otra tentación. Y si se presentara la oportunidad donde él realmente pudiera obtener un enorme poder sin que nadie se lo cuestionase, él no lo tomaría, salvo que sea por una causa al servicio de Dios." (SMM - A los Seminaristas que Partían - Lancaster Gate, Londres, - 7 de septiembre de 1978)

La tarea y el desafío de los padres y educadores es inculcar a tal grado la búsqueda de la bondad y la justicia, de modo tal que, cuando tengan puesto el anillo (por ejemplo, cuando nuestros hijos o alumnos, estén solos) obren bien por su propia iniciativa.

¿Cómo lograrlo? Un primer paso es dejar claro y hacer ver que el primer perjudicado, en cualquier tipo de injusticia, es él que la comete, sea o no visto por alguien. Además, como sabemos, el vigía más severo, no son los demás o la sociedad, sino nuestra propia CONCIENCIA. La conciencia es la presencia de Dios en el hombre.

El Eclesiástico, uno de los libros que resume muy bien la sabiduría del pueblo Hebreo, nos recuerda: "Al principio hizo al hombre y lo dejó en manos de su propia conciencia. Si tú quieres, puedes observar los mandamientos y está en tus manos permanecer fiel." (Eclesiástico 15, 14-15)

Y más adelante reconociendo lo que nos dice el Principio Divino sobre el deseo por el amor ilícito (adulterio) como la raíz del pecado y la tentación más fuerte a vencer, este libro sapiencial del Eclesiástico advierte:

"El hombre que es infiel a su esposa se dice a sí mismo: "¿Quién me verá? Las sombras me rodean, los muros me ocultan, nadie me mira; ¿por qué inquietarme? El Altísimo no anotará mis pecados." ¡Sólo teme la mirada de los hombres, olvidándose de los ojos del Señor que son mil veces más luminosos que el sol, que observan todas nuestras acciones y que penetran hasta en los lugares más secretos!" (Eclesiástico 23, 18-19)

No obstante, hay momentos en la vida en que nos vemos obligados a dar el anillo de invisibilidad, ya sea a nuestros alumnos, hijos o amigos. En esos momentos no podemos vivir en una angustia tal de sospechar que la persona usará mal su libertad y cometerá inmoralidades e injusticias; no, como educadores una de nuestras disposiciones para fomentar la integridad y la bondad debe ser la confianza, la esperanza en que las personas podemos ser buenas, aunque no exista control o coacción alguna.

Si nuestros hijos o alumnos sienten que nuestras expectativas son bajas y que desconfiamos de ellos, enseguida, con nuestra actitud, motivamos la falta de estímulo y esfuerzo por cumplir con el bien.

Tengamos la seguridad que el aprendizaje significativo en valores viene, no de los contenidos teóricos sobre la utilización del anillo, sino de la corroboración existencial de los peligros y problemas que causa como consecuencia el mal. Por ello, grandes obras literarias giran en torno a este tema como es el caso del “Hombre Invisible” de H. G. Wells, "El anillo de los Nibelungos" de Wagner y “El señor de los anillos” de Tolkien.

Educar en valores es educar, a menudo, en como vencer las tentaciones y superar los fracasos que se producen por usar mal ese ANILLO DE LA INVISIBILIDAD.

Jesus Gonzalez Losada